Hoy, a la hora de la siesta, Diego no se quería dormir y estuvo dando vueltas en su cama pequeña, hablando solo y dando golpes a la pared con los pies. Harta de oírlo y sabiendo que ya ni siquiera yo podría cerrar los ojos diez minutos ese mediodía, lo saqué de su encierro. Estuvo pintando y hablando con su lengüita de trapo hasta que le entró sueño, se tumbó conmigo y entre caricias y achuchones se quedó dormido en mis brazos. Al ratito, Pedro vino a pedirme desodorante, porque había visto que su papi se lo ponía y que olía bien. Ninguna explicación de que él no lo necesita porque no suda tanto como para oler a gimnasio sin ventilación lo disuadió. Su carita, al oir el spray y levantar el brazo para olerse no se olvida fácilmente.
A media tarde, salimos los tres al jardín. Hacía un poco de fresco y nos pusimos unas rebecas pero, aún así, se nos sonrojaron las mejillas enseguida y los ojitos de Diego brillaban, expectantes, esperando a ver qué íbamos a hacer. Mientras, Pedro hablaba sin parar, contándome que en el patio del cole había hecho "chocolate" con agua, barro y un palo. Un ratito antes me había contado que ya había llegado la primavera y que, en el cole también, había plantado unas semillas de melón. Así que decidimos salir a plantar garbanzos y judías pintas. Y a hacer chocolate, por qué no.
Una fiesta sopresa de cumpleaños (la mía, planeada por Pedro desde hace tres semanas), un ramo de flores inesperado, las judías de Pedrito o las caricias para Diego, un desodorante, una llamada, simplemente por ver cómo estás, un lienzo en el buzón o café canario y un Semana en un sobre verde de Correos... Todo, todo eso somos todos nosotros tratando de ser felices.





