sábado, mayo 09, 2009

Bibliotecas


Me gustan mucho las bibliotecas. Cuando tenía unos 10 años, mi madre me dejaba ir caminando a la biblioteca pública de El Obelisco (donde, por cierto, la bibliotecaria tenía el pelo más largo del mundo y era muy, muy antipática), terminé la carrera gracias a que me volví asidua a la biblioteca universitaria de Granada (la biblioteca más bonita que he visto en mi vida) y, desde que Pedro tuvo edad para guardar silencio, lo empecé a llevar a la Casa de la Cultura, la biblioteca de mi barrio en Santa Cruz.


Aquí, enseguida busqué la más cercana y vamos muy a menudo. A veces Diego corre por los pasillos y algunos mayores les guiñan un ojo pero, por fin, creo haber logrado que se sienten a buscar un libro y leerlo todos juntos. En invierno, nos sentamos en la moqueta y nos apoyamos en los grandes sillones con cojines que tienen, café en mano, y pasamos un ratito muy agradable.


Y es que aquí las bibliotecas no parecen bibliotecas. Es decir, sí, hay libros y estanterías pero no el sentimiento de austeridad que tienen las bibliotecas españolas. Aquí hay movimiento, mucho movimiento. Hay mesas con padres haciendo los deberes con los niños, niños haciendo la tarea con ordenadores y bebés lectores jugando con libros en grandes cajas de madera... Hay actividades para todos, todos los días de la semana: cuenta cuentos, canciones, proyecciones de películas, charlas, venta de libros usados, recaudaciones de fondos... Las multas por no devolver los libros a tiempo se pagan, hay bolsas recicladas para que no te vayas a casa cargando con los libros en la mano e, incluso, hay una cafetería dentro de la biblioteca.



Estas bibliotecas te ofrecen tantos servicios gratuítos que te apetece ir y quedarte un rato. Te apetece leer, a los niños les apetece leer. Cada uno tiene su tarjeta ya y, aunque no elijen sus libros con cuidado porque son muy pequeños todavía, quieren sentarse a usar los ordenadores y siempre me cuesta sacarlos cuando nos tenemos que marchar, al caminar entre estantería y estantería, siempre logran robarle otro guiño a algún mayor. Y lo más importante, con un poco de suerte, crecerán queriendo ir a la biblioteca a leer.