jueves, agosto 30, 2007



Un vuelo de doce horas se te hace un mundo antes de salir porque te parece interminable, que no vas a llegar nunca tu destino y que no vas a poder soportar estar encerrada en un sitio tan pequeño, con tanta gente extraña, tanto tiempo. Pero una vez estás metida en el avión, la ilusión de lo que te espera a tu llegada te hace aguantar olores desagradables (¿pertenecientes a algún compañero de vuelo?), baños pequeños y sucios, comida intragable... Pasan varias horas eternas y te animas pensando, "¡Qué bien, sólo quedan seis horas!" o "¡Qué suerte, una película de estreno!", sabiendo perfectamente que no se va a oir y que la posición en la que llevas sentada cuatro horas no es la idónea para ver nada. Ni para dormir, ni leer lo que trajiste en tu empeño de pasar el mal trago sin que sea traumático. Pero entonces vuelves a soñar con tu destino, suspiras, aguantas, cambias de posición por milésima vez en tu asiento y cierras los ojos, deseando dormir y que cuando hayas despertado sólo queden diez minutos de vuelo.

2 comentarios:

Mario Pons dijo...

Hay Teresa,que monada de vida americana la tuya.
No sabes utilizar Gadboster para lavar los pisos.Y te pasas los dias de supermercados.¿a que no se te ha ocurrido aun hacer una caserola?Pruba es

muy facil: compra una cja preparada de macarrones & chesse y ya esta.

Mario Pons dijo...

file:///C:/Documents%20and%20Settings/Paparl/Mis%20documentos/Mis%20im%C3%A1genes/papa%20fue%20al%20dentista.jpg