Entre mariachis y celebrando nuestro aniversario de boda, me despido de California por unos meses. A pesar de que me muero de ganas de llegar a Canarias y ver a mi familia y amigos, me voy con el corazoncito partido porque Pedro se queda atrás un mes y medio. Él no tiene sino dos semanas de vacaciones y, como quiere ir a una boda el día 12 de julio, no le queda más remedio que unirse en la etapa final de nuestras vacaciones, con la única ventaja de que volvemos todos juntos para California y no me toca viajar sola con los niños como a la ida (¡¡madre mía, qué locura!!).No sólo eso, va a ser raro estar en España y, de repente, poder conocer a Carla, coger a Jorge en brazos o hablar con Pedro por la webcam. Y más raro aún saber que las cosas siguen pasando aquí mientras yo esté en Las Palmas o Santa Cruz. Seguirá subiendo la gasolina (¡llenar el tanque cuesta $75!). Las primarias anuncian a Barak Obama casi como el candidato demócrata al mismo tiempo que George Bush regala dólares (que, pensándolo bien, podríamos guardar para pagar la gasolina) con la devolución de impuestos. Saber que la vida sigue, por ejemplo, y que mi amiga Susana pronto dará a luz o que al volver me espera la firma de un contrato de trabajo en una escuela elemental en San José.
Vaya, sabía que tarde o temprano, esto iba a ocurrir. Querer estar en dos sitios a la vez, dejar emociones y sentimientos aparcados en un lugar para vivir más e igual de buenos momentos en otro lugar, querer estar en Canarias y luego, una vez allí, querer volver a California... Ahora que pienso en todo esto, caigo en la cuenta de lo que soy: una emigrante canaria en California.



