El fin de semana pasado, desafortunadamente, perdí a una persona a la que le había cogido cariño. Falleció, de un infarto, el director de mi escuela/colegio. Tenía sesenta y dos años y sucedió al bajarse de su máquina o cinta de correr.
En realidad, sólo lo conocía desde hace un año, pero era una persona amable, atenta, y servicial. Era un director justo y firme tanto con sus alumnos como con los profes del cole. Había ido a la guerra de Vietnam y perdido el oído. Trabajaba mucho con la comunidad hispana del entorno de nuestra escuela y siempre tenía a los padres y los alumnos como prioridad máxima. Un hombre dedicado a su profesión. Una buena persona...
Esto sucedió el domingo y el lunes por la mañana, los maestros estaban bastante afectados; todos nos reunimos en la sala de profesores y la mayoría de la gente estaba en silencio o llorando. Aparte de eso, en pocos minutos se había formado un despliegue espectacular de personas de la oficina del distrito escolar al que pertenece nuestra escuela. Estaba el Superintendente, el Director de Recursos Humanos, varios psicólogos y sustitutos, cuaya misión era pasearse durante el día por las clases y ver qué tal estaban los maestros y si necesitaban hablar con alguien o, simplemente, salir de clase.
Se nos comentó, en una reunión muy corta antes de que sonara el timbre de la mañana, que debíamos seguir el día de manera normal, como si no pasara nada. A los niños había que explicarles lo que había ocurrido y que podíamos dedicar un ratito a hacer algunos dibujos o cartas de despedida. Nos contaron que para un niño, perder a un líder puede ser traumático y que podía haber reacciones de ira o mal comportamiento por parte de los estudiantes. En cuanto a nosotros, nos preguntaron mil veces si estábamos bien para poder empezar el día. La secretaria/administrativo, por ejemplo, no aguantó y se marchó a su casa destrozada.
Su plaza de aparcamiento está plagada de flores, velas, poesías y dibujos que, espontáneamente, han ido dejando maestros, alumnos y padres. La puerta de su oficina está cerrada y la de la psicóloga de la escuela abierta de par un par. Todavía no nos han comentado quién lo va a sustituir pero todos los altos cargos nos han dicho que no busquemos un clon de él.
Y así ha transcurrido la semana; asombrada por lo que pasa a mi alrededor y cómo pasa. Nunca había vivido la muerte aquí y me resulta todo muy diferente a lo que estoy acostumbrada a ver o vivir. Cierto, esta circumstancia es especial por ocurrir, a la vez, dentro de una comunidad educativa pero no deja de parecerme interesante. La semana que viene es el funeral (lo han incinerado) y luego fiesta en su casa. Me han contado que la él había pedido que celebraran su muerte con mariachis y mucha, mucha comida. Me han dicho que me toca llevar algo, así que, Dan, dondequiera que estés, espero que te guste la tortilla española.