jueves, abril 23, 2009

La muerte aquí


El fin de semana pasado, desafortunadamente, perdí a una persona a la que le había cogido cariño. Falleció, de un infarto, el director de mi escuela/colegio. Tenía sesenta y dos años y sucedió al bajarse de su máquina o cinta de correr.


En realidad, sólo lo conocía desde hace un año, pero era una persona amable, atenta, y servicial. Era un director justo y firme tanto con sus alumnos como con los profes del cole. Había ido a la guerra de Vietnam y perdido el oído. Trabajaba mucho con la comunidad hispana del entorno de nuestra escuela y siempre tenía a los padres y los alumnos como prioridad máxima. Un hombre dedicado a su profesión. Una buena persona...


Esto sucedió el domingo y el lunes por la mañana, los maestros estaban bastante afectados; todos nos reunimos en la sala de profesores y la mayoría de la gente estaba en silencio o llorando. Aparte de eso, en pocos minutos se había formado un despliegue espectacular de personas de la oficina del distrito escolar al que pertenece nuestra escuela. Estaba el Superintendente, el Director de Recursos Humanos, varios psicólogos y sustitutos, cuaya misión era pasearse durante el día por las clases y ver qué tal estaban los maestros y si necesitaban hablar con alguien o, simplemente, salir de clase.


Se nos comentó, en una reunión muy corta antes de que sonara el timbre de la mañana, que debíamos seguir el día de manera normal, como si no pasara nada. A los niños había que explicarles lo que había ocurrido y que podíamos dedicar un ratito a hacer algunos dibujos o cartas de despedida. Nos contaron que para un niño, perder a un líder puede ser traumático y que podía haber reacciones de ira o mal comportamiento por parte de los estudiantes. En cuanto a nosotros, nos preguntaron mil veces si estábamos bien para poder empezar el día. La secretaria/administrativo, por ejemplo, no aguantó y se marchó a su casa destrozada.


Su plaza de aparcamiento está plagada de flores, velas, poesías y dibujos que, espontáneamente, han ido dejando maestros, alumnos y padres. La puerta de su oficina está cerrada y la de la psicóloga de la escuela abierta de par un par. Todavía no nos han comentado quién lo va a sustituir pero todos los altos cargos nos han dicho que no busquemos un clon de él.


Y así ha transcurrido la semana; asombrada por lo que pasa a mi alrededor y cómo pasa. Nunca había vivido la muerte aquí y me resulta todo muy diferente a lo que estoy acostumbrada a ver o vivir. Cierto, esta circumstancia es especial por ocurrir, a la vez, dentro de una comunidad educativa pero no deja de parecerme interesante. La semana que viene es el funeral (lo han incinerado) y luego fiesta en su casa. Me han contado que la él había pedido que celebraran su muerte con mariachis y mucha, mucha comida. Me han dicho que me toca llevar algo, así que, Dan, dondequiera que estés, espero que te guste la tortilla española.

sábado, abril 11, 2009

Obesidad infantil


La obesidad siempre es un asunto que me toca de cerca, como casi todos saben, así que me cuesta un poco hablar abiertamente de ella. Sin embargo, no es la obesidad en general el asunto que me entretiene hoy sino, más específicamente, su lado infantil o juvenil.


Más allá de la enfermedad en sí y de las circunstancias de cada persona, todos sabemos o queremos teorizar acerca de las razones que llevan a la obesidad. Ya he mencionado en otras ocasiones que este país es un país de obesos, donde es difícil intentar no girar la cabeza con asombro o compadecerse del que pesa tres veces más que tú.


Pero, bueno, eso está ahí, sucede en este país y no lo podemos cambiar ya. Lo que sí se puede cambiar, o mejor dicho, evitar, es que los niños crezcan obesos. Desgraciadamente, ya hay un número elevado de niños obesos entre la población infantil (no conozco las cifras pero sí lo que veo) y, de nuevo, volvemos a teorizar acerca de qué ocurre con esos niños para que hayan llegado a ese estado.


En los comedores de los colegios americanos, aunque se intenta servir un menú equilibrado, con fruta y verdura, siempre hay comida basura o algún carbohidrato o proteína con excesiva grasa o alto valor calórico y glucémico. Algunos colegios defienden el hecho de que el niño comerá mejor si se le sirve algo que le va a gustar comer (pizza, hamburguesa, macarrones con queso derretido a cucharadas...). Es más, otros defienden que en los barrios más humildes, esta es la única comida que van a comer en todo el día, así que mejor ponerles algo apetecible a sus ojos. La fruta y la verdura, por otro lado, es casi siempre, la misma: plátanos, manzanas o algo en almíbar o maíz, habichuelas, brécol y zanahoria. Nunca se les sirve, ellos la tienen que coger y, como es de suponer, nadie lo coge porque no apetece. Si a todo esto, le sumamos el hecho de que aquí no cocinan, como en los comedores españoles, ni legumbres ni potajes ni sopas, ya me dirán qué tipo de comida equilibrada comen los niños.


La culpa, de todos modos y a mi parecer, no la tienen siempre los comedores escolares. La culpa, o la mayor parte de ella, la tienen los padres. Un Happy Meal de McDonalds no llega a $4, la prepara otra persona y se tarda en comer menos de diez minutos. Preparar, uno mismo, una cena equilibrada en casa cuesta más de $10 y se tarda más de una hora, entre que se cocina, se pone la mesa, se cena y se recoge todo. Ah, y no nos olvidemos de lo fácil que es darle a un niño un donut y un refresco para merendar en lugar de fruta o algún lácteo. Finalmente, si los hábitos alimenticios de los padres son los indebidos, ya sabemos que el niño va a heredar los mismos hábitos.


No soy ni médico ni especialista en nutrición y no pretendo buscar ni resolver las causas de este problema. Lo que ocurre es que me da mucha pena ver en muchos, muchos niños aquí el anuncio de lo que va a ser una vida llena de riesgos para la salud, complejos e infelicidad. El viernes pasado, una niña gordita de mi clase me dijo, con una sonrisa en la boca, que sus pantalones le quedaban más grandes que de lo normal. Yo, extrañada, le pregunté por qué. Me contó, contentísima, que estaba a dieta y que no sabía cuánto había perdido pero que sabía que algo era
porque los pantalones le quedaban grandes. Mi niña... Sólo tiene nueve años y ya está a dieta...