sábado, enero 31, 2009

Segundo idioma



Por muy bien que se maneje un segundo idioma, siempre hay cosas que delatan que no es la lengua materna. Se puede tener un acento inmaculado, una fluidez de envidia o, incluso, tanta confianza en uno mismo que los fallos no sean motivo de preocupación. Aún así, siempre hay palabritas tontas, sonidos imposibles o frases hechas que no conocemos, no hemos pracaticado lo suficiente o, casi siempre, que no nos salen en el momento en el que queremos usarlas.


Esta mañana mismo, he llamado al mecánico para ver si podía llevarle el coche un momento porque tiene un ruidito en la dirección y me ha costado explicarle qué le pasaba al coche. Aparentemente, no tendría por qué haber problema, puesto que le he dicho que el coche hacía un ruido in the "direction" y, al notar una pequeña pausa al otro lado del hilo telefónico, me he dado cuenta de que no era esa la palabra. Pedro me gritado desde el baño, "¡Steering, steering wheel!" (dirección y volante) y yo, rápida, le he dicho al mecánico, "I think it might be the steering wheel". Y es que el vocabulario de coche es imposible (todo el vocabulario técnico, en realidad. Porque, ¿a ver cómo se dice "guión bajo" o "arandela"?). Recuerdo otra que le dije al mecánico que teníamos que cambiar las "wheels" (ruedas) en lugar de las "tires" (su palabra en inglés).


Te quedas en blanco cuando le quieres preguntar a una embarazada que de cuántos meses está (How far along are you?) o decirle que su hijo tiene caca y habría que cambiarlo (Your son's diaper is soiled). Hacer una llamada telefónica supone un esfuerzo monumental (¿Y si no me entiende? ¿Y si no le entiendo yo?) y, a veces, hasta pedir cómo quieres la carne o las tostadas y los huevos en un restaurante se le atraganta a uno antes, incluso, de haber empezado a comer.



Por no hablar de los líos con el sistema métrico. El otro día, en el médico, me preguntó la enfermera cuánto pesaba y yo le respondí con un "Hmmm... I don't know". Parecía que no le quería decir el peso pero es que, realmente, no sé cuánto peso en libras. Ni cuánta fiebre tiene el niño en Farenheit. Me podría haber pasado lo que a una amiga, a la que le preguntó su pediatra que si su hijo hacía los "tune ups". Ella, la pobre, se quedó extrañada durante toda la conversación, hasta que se dio cuenta de que la pediatra le preguntaba si el niño hacía sus "two naps" (dos siestas). Otra anécdota: cuando llamé para pedir el ADSL en casa, el telefonista me preguntó algo que a mí me pareció que era "diesel" y el muy pesado, para colmo, no dejaba de repetirlo. ¿Qué era? DSL, el acrónimo en inglés.


Y, aunque intentamos no frustarnos con estos pequeños atolladeros idiomáticos, uno no deja de soñar con el día en el que la segunda lengua llegue a ser también la primera. Creo que se puede lograr: el día que podamos contar un chiste en condiciones en el otro idioma.


lunes, enero 19, 2009

Lago Tahoe y cositas varias


Acabamos de llegar de pasar el fin de semana largo de Martin Luther King Jr. (casi fiesta nacional) en el sur del Lago Tahoe, al norte de Sacramento y a una media hora de Nevada http://www.infoplease.com/atlas/state/california.html. Alquilamos una casita/cabaña ("cabin", las llaman aquí) por Internet y salimos el sábado por la mañana, ilusionados por conducir las cuatro horas y media de viaje para poder ver la nieve. Lo pasamos genial, aunque estamos todos molidos y, entre el tráfico que pillamos de vuelta el lunes día de fiesta y que Diego vomitó en el coche, creo que pasará bastante tiempo hasta que volvamos a ir de excursión. O por lo menos a un sitio tan lejos. (Las fotos están en la carpeta Enero 2009).


El martes 20 fue un día de emoción sin precedente. La inauguración de Barak Obama tuvo a todo el país colgado de la televisión y la radio todo el día. Su discurso ha sido criticado y elogiado, los modelitos de su familia más que estudiados y el comentario más escuchado por todos los que asistieron al evento (aparte de "¡Qué frío!") fue "¡Estamos formando parte de la historia!". Y yo, que oí el discurso con bastante emoción y la piel de gallina, todo hay que decirlo, lo único que sigo sin entender es por qué en este país se junta tanto iglesia y estado; no estoy de acuerdo en que un cura diera un discurso o bendijera la ceremonia, ni por qué Dios está presente en todos los discursos de Obama o, al día siguiente, se le diera tanta importancia al hecho de que todos fueran a misa para dar gracias y/o sellar el cargo ante Dios. En fin, que me cuesta mucho entender la relación de este país con la religión.


El otro día, en la escuela, asistimos a una reunión en la que se nos avisaba de que podríamos ser acusados de cómplices de un crimen si no comunicamos a alguna autoridad de que sospechamos que hay abuso en una familia de la escuela. A ver, suena complicado pero, resumiendo, si ves o sospechas que pasa algo en casa de alguno de tus alumnos o alguno de tus alumnos tiene evidencia física o psíquica de haber sido maltratado por algún miembro de su propia familia y no lo dices, te puede caer un buen paquete. Dar parte de algo así resulta un tanto difícil cuando, aparentemente, uno no ve nada (o por lo menos yo que ando siempre despistada y corriendo de un lado para otro) y tampoco es cuestión de inventarse uno cosas por no meterse en un lío, ¿no? Ahora que lo pienso, recuerdo un caso de cuando trabajé aquí en el 2001 de un niño que siempre venía a clase lleno de moretones por todo el cuerpo. Cuando, preocupada, se lo comenté a la madre, me dijo que el niño se caía mucho de la bicicleta. Enseguida fui a la directora y le expuse el caso, ellos tomaron las riendas y nunca supe cómo acabó la historia. Sólo recuerdo que sus padres parecían muy buena gente y el niño era un cielo.


No sé cómo estarán los precios en los restaurantes en España últimamente pero aquí hoy me he quedado soprendida. Pero gratamente. Me explico, Pedro ha tenido que viajar a Los Angeles por trabajo así que yo, entre que no tenía ganas de cocinar y que mis hijos ya tienen ganas de cenar a las 5:00 (horario americano de cena, puesto que almuerzan a las 11.30), me los llevado a un restaurante local que oferta cena gratis para niños los jueves. Total, que hemos cenado dos platos de pasta, una hamburguesa con papas, fruta, dos helados y limonada para los tres por $13.75 (¡10 euros!). ¡Creo que los jueves ya no voy a cocinar más!


En la próxima entrada prometo hablar de las bibliotecas públicas, que me tienen anonadada. Pedro ya tiene su tarjeta de socio y saca sus propios libros el solito. Próximamente...

jueves, enero 08, 2009

Berkeley



Ayer estuve en la ciudad universitaria de Berkeley. Está a una hora exacta de Santa Clara y en el norte del área de la bahía de San Francisco, por encima de la ciudad de Oakland.

Berkeley tiene todo el encanto de una ciudad universitaria, con gente joven caminando por sus calles llevando mochilas o libros en los brazos, parejas sentadas en el césped del campus y bicicletas que cruzan semáforos. Berkeley, además, es la universidad más liberal del país, con lo cual, la ciudad está llena de carteles de alguna manfiestación, conciertos protesta y algún que otro hippie anclado en los años sesenta, época en que la reputación acitvista de los alumnos de la universidad era bastante conocida (las protestas en contra de la guerra de Vietnam o la lucha feminista son algunos momentos históricos en el campus).

Cuando paseas por las calles de Berkeley, ves pasar coches destartalados conducidos por señores con barba larga y gafas y piensas que todos ellos podrían ser profesores excéntricos de alguna facultad de la universidad. Ves las casas viejas y mal ciudadas e imaginas que están llenas de estudiantes que hacen fiestas locas por las noches y amanecen dormidos con gente con la que nunca se juntarían en el aula. Hay miles de tiendas de libros, discos y tebeos de segunda mano a precio de estudiante y la gente come sentada a la puerta de cualquier sitio de comida barata y con pinta de ser casera.

Nosotros comimos en restaurante muy famoso llamado Chez Panisse http://en.wikipedia.org/wiki/Chez_Panisse que, he oído, es el mejor restaurante de California y, dicen algunos, de Estados Unidos. Es famoso porque su dueña, Alicia Walters, fue la precursora del movimiento de comida orgánica, que tan de moda está ahora en este país. A mí me pareció que la comida estaba buena pero no tanto como cualquier buen restaurante español que se precie. Aún así, los precios son altos pero razonables y la casa antigua, remodelada, en la que está el restaurante es muy pintoresca.

Sentada en una de las mesas y mirando por la ventana, me puse a pensar que este sitio no es muy típico de Berkeley. Es decir, sí es un sitio de referencia en la ciudad pero no refleja la vida universitaria. No había ni una sola persona en Chez Panisse con pinta de estudiante, ni creo que alguno hubiera podido pagar los precios del menú (recordemos que Berkeley es una universidad pública, no es Harvard). Me hubiese gustado comer fuera, en la calle, hojeando un libro viejo, recién comprado. Hubiese querido montar en bici por las calles y, por un momento casi fugaz, añoré mis días de universidad en una ciudad parecida, Granada, los montones de apuntes y las noches de estudio y parchís.